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lunes, 22 de agosto de 2022

"Los Cabitos"

MEMORIAS DE LIMA.
Especial, Día del Niño.
"Los Cabitos"
La Guerra del Pacífico trajo la imagen de niños héroes que ofrendaron su vida a la Patria, niños que sacrificaron sus juegos infantiles para ver a la Patria LIBRE de toda ignominia, niños entre los 13 y 16 años que provenían de los distintos colegios de Lima fueron el último escollo que tuvo que enfrentar el ejército invasor.
Casos como los de Manuel Bonilla y Néstor Batanero que defendieron la ciudad en la Batalla de Miraflores, teniendo en cuenta que el ejército chileno era de temer, no por su sagacidad en el combate, sino por su maledicencia al enfrentar al enemigo para el que siempre tenía una bala reservada para el "repase".
Para esta Batalla, fueron convocados los Reservistas, Contadores, Ingenieros y demás profesionales sumados al número de chiquillos que tomando un fusil en mal estado hicieron frente sin retroceder un milímetro, ahí, pertrechados en sus trincheras, apuntando directamente al enemigo y solo con el ánimo de no entregar la ciudad de sus juegos infantiles en manos del invasor.
Existe una leyenda que dice:
Un sargento de acerca a un niño de nombre Miguel y le dice:
Sargento: “es el que mató al teniente, cuál es tu último deseo gallo”.
Miguel: “Que me entierren junto con mi bandera”.
Que me entierren junto con mi Bandera, hermoso ejemplo que hoy no vemos en nuestros líderes que se pelean por un cuarto de pollo o por robar el cable.
Que el Espíritu y el Alma de estos jóvenes peruanos revivan en nuestros corazones.
La Avenida Aviación, Benavides, Tomás Marzano, confluyen en un óvalo que lleva por nombre "Los Cabitos" en honor a estos bravos y corajudos chiquillos.
En "el Día del Niño, no olvidemos a nuestros bravos Cabitos, que ofrendaron sus vidas por la defensa de su PATRIA.
(JAMEA)
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martes, 19 de julio de 2022

La valentía de un niño.

18 julio 2022
MEMORIAS DE LIMA.
Periódico de Ayer.
La valentía de un niño.
Colaboración: César Andrade Almonacid.
Quienes pasan por la avenida México a la altura del colegio Pedro Labarthe, podrán divisar a la entrada de la avenida San Luis, dos bustos. Antes estaban en medio de la avenida México. No sé cuándo los sacaron de ahí, y los reubicaron en la entrada de la Av. San Luis. Uno de los bustos honra la memoria de un niño. ¿Quién es?
Era un niño piurano radicado con su familia en Lima en el barrio del Porvenir en la Victoria. Su papa trabajaba en Tacora por la parada y el niño solía ayudarle en su trabajo. En sus ratos libres solía pasear por la zona viendo las tiendas, los locales comerciales etc.
Un día que regresaba a su barrio, se encontró con un dantesco incendio que reducía a cenizas una casona antigua que albergaba a medio centenar de familias. Las numerosas unidades de bomberos no se daban abasto para apagar el pavoroso fuego que devoraba el predio. El niño se metió entre la multitud de curiosos y divisó a una mujer que gritaba suplicando ayuda: Sus dos hijos estaban atrapados dentro de la casona.
Debido a la magnitud del fuego nadie ni los bomberos se atrevían a entrar. La madre en un momento de desesperación, intentó entrar siendo atajada por los presentes mientras lloraba desgarradoramente.
-Un niño ha entrado! Gritó una persona. Era que el niño mientras todos se ocupaban de la señora, se había puesto encima una frazada mojada que alguien había traído y había entrado corriendo al caserón.
Apenas llegado a donde estaban los niños, cogió a uno, y rápidamente corrió hacia la entrada donde lo dejó y, antes que evitaran que volviera a entrar, regresó por el segundo logrando sacarlo también.
La madre de los niños agradecida lo abrazaba y lo enaltecía pero el estaba aturdido y asustado pues esta vez las llamas y el humo habían aumentado y había recibido quemaduras.
Mientras era atendido, escucho los gritos de otra mujer que recién había llegado y que gritaba diciendo que sus dos pequeños niños estaban atrapados en un cuarto al fondo del caserón y esta vez sí era imposible poder rescatarlos.
No se explica en qué momento o descuido el niño volvió a entrar después de haber dudado. Cuando los bomberos fueron tras él, el fuego los hizo retroceder.
El niño llego al fondo de la quinta, y a patadas rompió la puerta que estaba envuelta en llamas. Dentro encontró a los pequeños abrazados y arrinconados en una esquina del cuarto. Ante la imposibilidad de sacarlos de uno en uno, cogió a los pequeños uno en cada brazo y se dirigió hacia la salida. La casona era antigua, de barro y quincha y el fuego ya la había envuelto por completo.
El niño avanzaba jadeando entre el humo, las llamas y los trozos ardientes de madera que caían estrepitosamente, llevando en sus brazos a los pequeños que se aferraban aterrorizados a el y ante los gritos de aliento de la gente y los bomberos. Cuando estaba a mitad de camino, una enorme viga envuelta en llamas se desprendió y cayó encima de los tres junto con el techo. Los bomberos dejando de lado su miedo entraron como una tromba con sus mangueras pero ya era muy tarde. Después de mucho esfuerzo lograron rescatar los cadáveres del valeroso niño y los pequeños. Era el 10 de marzo de 1,951.
Se llamaba Alejandro Sánchez Arteaga, y era piurano. Tenía catorce años y era brigadier de la policía escolar de su colegio numerado con el 4405. Su acto heroico conmovió a la opinión pública de su tiempo.
El gobierno lo declaró héroe nacional y patrono de la policía escolar. El colegio donde estudió lleva ahora su nombre, y se erigió un busto en el parque donde solía pasear al cual se le puso también su nombre.
Ironías de la vida: No sé en qué momento su busto fue sacado del parque y colocado en la avenida México, y ahora está escondido a la entrada de la avenida San Luis.
Y el parque donde solía pasear, nadie lo conoce por su nombre: "parque Alejandro Sánchez Arteaga", sino como "el parque Cánepa". El niño héroe ha sido olvidado y borrado de la memoria colectiva de los peruanos como muchos héroes sin nombres olvidados por la ingratitud.
"No hay amor más grande que este: Dar la vida por los amigos" (Jesús de Nazaret)

Memorias de Lima.
Sitio web de sociedad y cultura
 
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martes, 14 de junio de 2022

Cabo Alfredo Maldonado Aroas, niño héroe de la Batalla de Arica

Moqueguanos.com

12 junio 2022

CABO ALFREDO MALDONADO ARIAS, NIÑO HÉROE DE LA BATALLA DE ARICA:
«VALE MÁS UN HIJO QUE MUERE CUMPLIENDO CON SU DEBER, QUE UNO QUE VIVE FALTANDO A ÉL».
Nació en Arica en el año 1864. Fue hijo de Santiago Maldonado, capataz de playeros, y de Micaela Arias, ambos naturales de Arica.
Era un adolescente de rasgos afroperuanos que, a la edad de 15 años, se enlistó como voluntario con el grado de Cabo de artillería al estallar la Guerra del Pacífico.
Se encontraba sirviendo en la plaza de Arica, cuando un 5 de junio de 1880, obtenía permiso de su jefe para ir al cercano valle de Azapa, adonde se hallaban refugiadas algunas familias de Arica, para despedirse de su madre. Al encontrarse con ella, esta le pidió que se quedara a su lado y no regresara, porque era evidente que la plaza estaba pérdida. Alfredo se arrodilló, besó el vientre de su madre, rogó le diera su bendición y se despidió de ella diciéndole: «Vale más un hijo que muere cumpliendo con su deber, que uno que vive faltando a él». Esa misma noche regresó a su puesto.
BATALLA DE ARICA
Combatió en la batalla de Arica (7 de junio de 1880), junto a su tío, el Sargento Nicanor Arias Campo Hermoso, como parte de la Guarnición del fuerte Ciudadela.
En los momentos finales de la lucha, cuando ya el fuerte había sido tomado por las tropas chilenas, mientras el Subteniente José Miguel Poblete del 3.º de Línea reemplazaba la bandera peruana por la chilena, el Cabo Alfredo Maldonado prendió fuego a la santabárbara, pereciendo en la explosión junto a sus compañeros que yacían heridos y los chilenos que se encontraban alrededor, entre ellos, Poblete.
Al momento de su inmolación tenía solo 16 años.
Concluido el combate y calmada la situación, las autoridades chilenas permitieron a los deudos recoger los restos de sus familiares. Lo que se encontró del cadáver de Maldonado (parte del tronco con la cabeza y un brazo) fue enterrado por su madre en la hondonada del fuerte, junto a los restos de otros combatientes peruanos.
Durante la ocupación chilena, 1880 a 1929, a este sitio iban en romería cada 7 de junio los colegiales peruanos de Arica, acompañados de sus maestros, como refería la educacionista ariqueña Matilde Rello en una carta al historiador Gerardo Vargas Hurtado en 1918.
Sus restos reposan en la Cripta de los Héroes en el cementerio Presbítero Maestro en Lima.
 
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jueves, 9 de junio de 2022

Cenotafio de Francisco Bolognesi

 

8 junio 2022 
MEMORIAS DE LIMA.
Conociendo mi Ciudad.
Cenotafio de Francisco Bolognesi:
El Cenotafio Coronel Francisco Bolognesi, recientemente construido en la Escuela Militar de Chorrillos, abrió sus puertas al público en el marco de las celebraciones del 142 aniversario de la Batalla de Arica y de renovación del juramento de fidelidad a la Bandera.
Se trata de un monumento donde se podrá rendir homenaje al patrono del Ejército y héroe de la Batalla de Arica, el Coronel Francisco Bolognesi Cervantes, “quien ofrendó su vida durante la Guerra del Pacífico, tras manifestar la histórica frase: ‘Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho’”.
El director de la Escuela Militar de Chorrillos, General de Brigada Francisco Costa Gallegos, destacó que esta obra “representa los valores y virtudes del héroe nacional que sacrificó su vida por la patria, e influye en la formación de los cadetes del Ejército”.
“El ejemplo del coronel Francisco Bolognesi no solo atañe al militar; también a todos los trabajadores, a la población en general, a quemar el último esfuerzo en cumplir las metas y objetivos que se tracen. Ese es el principal legado de Bolognesi”, expresó.
Qué se puede ver en el cenotafio
El cenotafio se encuentra custodiado por cadetes de la institución militar. Además del monumento central, en la primera planta se aprecia información de la vida y sacrificio de Bolognesi, así como objetos militares de la época y pinturas que retratan al coronel en la Batalla de Arica, como el cuadro “El último cartucho” y “La respuesta”.
“El cenotafio es una tumba vacía, una réplica de la tumba donde se encuentran los restos de Bolognesi en la Cripta de los Héroes. Aquí se aprecian escritos, reliquias e imágenes, así como espacios que nos permiten entender el significado del sacrificio de Bolognesi”, relata el historiador y teniente EP Emerson Fuentes.
Aquí también se podrán apreciar las charreteras de Francisco Bolognesi, recientemente devueltas por el Gobierno de Chile al Perú junto los portalones de la Corbeta Unión (estos últimos seguramente quedarán en custodia de la Marina de Guerra).
El presidente Pedro Castillo recibió las referidas insignias de Bolognesi en la víspera y este 7 de junio fueron entregadas al comandante general del Ejército del Perú, general EP Walter Córdova Alemán, durante la ceremonia por el 142 aniversario de la Batalla de Arica y de renovación del juramento de fidelidad a la Bandera.
Cómo se puede visitar el monumento
El público en general que desee conocer el Cenotafio Coronel Francisco Bolognesi y vivir una experiencia única, puede programar su visita a través del correo electrónico de la Escuela Militar de Chorrillos: emchcfb@escuelamilitar.edu.pe. Las visitas son gratuitas. La escuela informó que el recorrido comprende también:
- El Museo Gran Mariscal Guillermo Miller (1795-1861). Miller fue un militar británico que contribuyó de manera excepcional al proceso de independencia del Perú y Chile. En 1824 el libertador Simón Bolívar lo nombró General en jefe de la caballería independentista y gracias a su desempeño fue ascendido al grado de Mariscal del Ejército de Perú.
Miller creó los húsares de la Legión Peruana, quienes luego de la batalla de Junín fueron renombrados los Húsares de Junín y estuvieron a cargo del Palacio de Gobierno. Miller aparece en la pintura Emblema patriótivo dedicado a Simón Bolívar (1825) de Santiago Juárez (que se puede apreciar en el Museo de Arte de Lima).
- La Tumba del coronel Paul Clément (1860 - 1925), militar franco-peruano, jefe de la primera Misión Militar Francesa que vino al Perú en 1896, a pedido del presidente Nicolás de Piérola, para reorganizar, reestructurar y modernizar las fuerzas armadas peruanas. Sus restos también reposan hoy en la Escuela Militar de Chorrillos.
Fuente: Perú21

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Memorias de Lima.
Sitio web de sociedad y cultura

miércoles, 25 de mayo de 2022

Niños Héroes

 Fuente: Memorias de Lima
Niños Héroes.
El niño más veloz del Reducto Número 3.
No te preocupes, muchacho, el enemigo no llegará hasta Miraflores; en San Juan nuestro ejército detendrá a los chilenos, que recibirán castigo por habernos arrastrado hasta aquí. Todos sabemos lo que tenemos que hacer, y nadie defraudará al Perú, me dijo un muchacho de apenas diecisiete años, afanado en limpiar su fusil.
La línea de defensa de San Juan ya se había establecido. Muchos jóvenes y niños como yo fuimos reclutados y convencidos de servir a la patria. Debo admitir que tengo miedo, pero algunos compañeros aquí en el reducto tratan de mantenerme en mejor ánimo, haciéndome una broma o escondiendo mi quepis entre sus uniformes. Pese a la tensión por lo que podía pasar en San Juan, aquí en Miraflores todo estaba tranquilo.
Nuestro comandante, el señor Narciso de la Colina, se preocupaba por cada uno de nosotros. Sin saberlo, se había convertido en un padre para todos, compartiendo buenos momentos con el batallón y también regalándonos las frutas que le traían las amables mujeres de la guerra. Recuerdo que Narciso, como quería siempre que lo llamáramos, me invitaba por las noches a un rinconcito de nuestra posición para ofrecerme un pan de chocolate. Cada vez que me llamaba, casi calladito, yo ya sabía de qué se trataba. Al principio pensaba que era para darme un arma, el arma que yo deseaba para pelear, pero nunca fue así. Siempre me pasaba la voz y me decía:
¡Muchacho, ven y toma este delicioso pan! Jamás había probado un pan de chocolate. Tenía un sabor tan especial. Con razón el señor Narciso sonreía cada vez que lo comía. ¿Cuándo me dará un fusil?, recuerdo que le pregunté en una de mis tantas pláticas con él. Si te doy un fusil, ¿matarás a un chileno?, me preguntó. ¡Mataré a dos, señor!, le respondí poniéndome de pie, haciendo todo el ruido posible. ¿Y por qué te debería dar un fusil a ti, si se lo puedo dar a otro que pueda matar tres chilenos? Lo tomé con tristeza, porque lo que más quería era ayudar en la defensa.
No necesitas un fusil para resistir aquí, he visto lo rápido que corres, así que te daré estas municiones para que, llegado el momento, las distribuyas entre el batallón. Sé que vienes del colegio Guadalupe, como muchos otros aquí. Tienes mucho entusiasmo, muchacho, pero no eres un soldado, me dijo mientras me regalaba el último pedazo de ese pan de chocolate.
Narciso se levantó de la incómoda piedra donde estaba sentado, y cuando se alejaba de mí le grité: ¡Usted tampoco es un soldado, señor! El comandante detuvo su andar, volteó a verme y con una fugaz sonrisa me respondió: ¡Aquí nadie lo es!, y me dio la espalda sin decir más.
Estaba algo molesto con mi comandante. Mis compañeros del Batallón N.º 6 se reunían alrededor de las fogatas por las noches y contaban graciosas anécdotas, mientras que yo guardaba silencio, acostado en un rincón, mirando el cielo despejado. Todas las noches me quedaba observando las estrellas. No lo quise contar a nadie, pero una de esas noches lloré. Esa fue la última vez que pude vivir una pena tan grande. Lo que vino después fueron constantes pruebas de valor.
Muy temprano en la mañana del 13 de enero de 1881, fui despertado abruptamente por un bramido de cañón tan fuerte que pensé que el enemigo ya había llegado hasta aquí. Me asusté tanto que comencé a repartir las municiones entre mis compañeros sin recibir orden alguna. Cajas y cajas de municiones se me cayeron por los nervios. ¡Cálmate, muchacho!, y mira a lo lejos, me dijo uno del regimiento, la Batalla de San Juan acaba de empezar.
Era increíble cómo los cañonazos se podían escuchar a pesar de que la batalla se libraba a kilómetros de Miraflores. Por un momento me parecía escuchar hasta gritos de desesperación.
Algunos de mis compañeros daban vivas al Perú, otros por el miedo se guarecían dentro del reducto a esperar que ese ruido se callase y no siguiera cobrando vidas.
Nuestro comandante tuvo que pedir tranquilidad y esperar el resultado. Nadie podía presagiar el destino de esa contienda. Entre tanto alboroto, algunos de los nuestros arengaban. Escuché que no había nada que temer, pues los Bolognesi estaban en San Juan. Al pensar en eso recordé a un amigo que hacía poco había conocido, de mi misma edad, trece, pero decía que era el niño más rápido, algo que yo no estaba dispuesto a permitir, porque, probadamente, el más rápido era yo. Nos prometimos que acabada esta lucha nos volveríamos a ver para saber quién era más veloz que el viento.
Antes de subir al tren que lo llevaría a Chorrillos, este buen amigo no dudó en desearme suerte. ¡Nos vemos!, recuerdo que le dije, palabras que el destino me negó, porque esa fue la última vez que lo vi. Néstor Batanero era el niño que me había retado.
Con el pasar de las horas comenzamos a recibir noticias de San Juan. Se corría la voz de que estábamos ganando, y que el enemigo se retiraba a Lurín. Muchos nos abrazábamos. ¡Pronto se acabará la guerra!, decía un padre de familia. ¡Al fin regresaré a casa!, no dejaba de repetir.
¡Viva el Perú!, podía escucharse. La valentía de los nuestros estaba al límite hasta que llegó la densa humareda con olor a munición y pólvora que provenía de San Juan. Al paso de algunas horas pocos mantenían el espíritu. La llegada de los primeros heridos comenzaba a aterrarme. Sabíamos que vendrían, pero otra cosa era verlos mutilados y agonizantes. Muchos no resistían, y llegaban muertos a nuestros reductos.
Uno de los heridos dijo que la línea se rompió muy rápido, y que casi nada se pudo hacer para evitarlo. Otro nos acusaba de culpables por no socorrerlos. ¡Dónde estaban!, nos decía, y cada vez que llegaba un herido a nuestra línea culpándonos del desastre, solo atinábamos a mirar a nuestro comandante, Narciso de la Colina, notoriamente triste, pero firme en su puesto.
Los heridos que la tarde trajo confirmaron el desastre. La lucha se había concentrado en el Morro Solar. La densa humareda que cubría sus alturas nos lo confirmaba.
Los sobrevivientes de San Juan pedían a los comandantes de los tantos reductos miraflorinos que les permitieran combatir cuando el enemigo llegara. Terminé de entender que la guerra nos tocaría a nosotros. Ahora seríamos los civiles quienes tendríamos el peso de la guerra.
La noche del 13 de enero fue terrible. Desde nuestras posiciones podíamos ver incendios en Chorrillos. Sabía que en el balneario había civiles, y los llantos desgarradores, a lo lejos, no se hicieron esperar.
Nadie pudo dormir, era cuestión de horas para verle la cara al invasor. Muchos recordaban a sus esposas, hermanas y madres, otros se abrazaban en una postrera oración. Solo Barranco nos separaba de los chilenos; ya nadie podía salvarnos. La patria observaba. No podíamos defraudar.
Agotado, miraba las cajas de municiones del fusil Peabody Martini que pronto usaríamos. Espero que todas estas balas den a parar al enemigo, pensaba. De mí dependía que mis compañeros siguieran disparando. Me juré repartir todas estas cajitas; nadie del Batallón n.º 6 podía quedarse sin disparar.
A la mañana siguiente, fuertes arengas levantaron de inmediato al batallón. Un Bolognesi había llegado a los reductos, y rápidamente se corrió la voz de que, pese a sus heridas, combatiría. Era Enrique, quien se puso a disposición como un soldado más. Ver a ese muchacho levantar la bandera peruana fue un buen remedio para darle cara a la muerte.
Recuerdo que se nos mandó a derribar algunos árboles para restar resguardo al enemigo. Una pequeña calma se había establecido mientras que el humo consumía las últimas casas de Barranco y Chorrillos. Fue entonces cuando nuestro comandante nos reunió y dijo: En cualquier momento entraremos en batalla, y ustedes serán los que decidan la suerte de Lima. No somos soldados, somos civiles, pero que eso no merme valor para exponer la vida. Un militar lucha para vencer, ¡nosotros lucharemos para vivir! El Perú nos observa, que sienta que aquí ni una bandera se repliega. Jóvenes… ¡Viva el Perú!
Nuestra arenga fue tan fuerte que los demás reductos se nos unieron en el reclamo. Chile estaba en Barranco. Que supiera que aquí en Miraflores estábamos listos, ¡que aquí estaban los civiles!
Sentí cómo la sangre quemaba mis venas. Ver la bandera ondear me dio el impulso para gritar con todas mis fuerzas: ¡Viva el Perú, carajo!
Era 15 de enero cuando la frágil tranquilidad se rompió y por primera vez le vimos el rostro al enemigo. Se nos comunicó que el presidente Piérola estaba en no sé qué tratos con diplomáticos, cuando por la tarde, siendo las dos y media, llovió fuego.
Las primeras balas cayeron sobre nuestro improvisado reducto.
Parecía que resistiría bien; su impacto se perdía entre las entrañas de nuestro fortín. Comencé a correr para repartir mis cajitas.
¡Apúrate, muchacho!, me decían mis compañeros al recibir las municiones. Parecía que todo iba bien, y que nuestros reductos resistirían, hasta que llegaron las pavorosas explosiones. Eran estallidos que levantaban la tierra, haciendo volar grandes trozos de piedra y esquirlas, que segaban vidas y mutilaban extremidades.
Entonces supe que podía estar viviendo mis últimos momentos.
¡No se detengan!, nos animaba Narciso de la Colina, ¡vamos, pequeño!, continúa, me dijo con una sonrisa. Era el impulso que yo necesitaba. El aliento me duró toda el tiempo de esa batalla. Cáceres se hizo presente en nuestra posición. ¡Eso es, muchachos! ¡Ya casi termina, un poco más!, gritaba. Sabíamos que no podía ser verdad, pero verlo y escuchar su voz fue un rayo de esperanza.
Corría por todos lados repartiendo municiones. Cuando veía que alguien se escondía, sabía muy bien que no era por cobardía, sino porque le faltaban balas. Las explosiones eran tan fuertes que poco o nada podía escuchar las indicaciones que me daban, yo solo corría tan rápido como mis piernas lo permitían, y cuando a duras penas escuchaba mi nombre, corría más rápido aún, esquivando las balas, que mataban de todos lados.
En un momento, una fuerte explosión, seguida de una ráfaga, hizo caer a nuestro comandante, el buen Narciso, que tendido en el suelo intentaba ponerse de pie, pero la sangre derramada le restaba la poca fuerza que le quedaba. Me acerqué presuroso, lleno de angustia. Me tomó de la cabeza y me dijo: Yo ya cumplí, muchacho. ¡Te toca a ti, tú eres el Perú ahora! Mi comandante, el amigo constante del delicioso pan de chocolate, nos había dejado dándonos su última orden. Muchos compañeros, entre lágrimas y sollozos, siguieron disparando. En ese momento decidí tomar un fusil, lleno de polvo, que reposaba sobre el suelo, pero pesaba demasiado, no podía sostenerlo por mucho tiempo. No me importó. Rápidamente rompí una de mis tantas cajitas con balas, decidido a cargarlo. Cuando estuvo listo, un fuerte ruido me hizo caer el piso, de inmediato bañado con mi sangre. ¡Dios mío, voy a morir!, me dije. El impacto de la bala quemó mi cuerpo. Cuando intenté llevar mi mano a mi herida, otro ruido mucho más fuerte rompió mis tímpanos y destrozó mi cuerpo.
Nunca supe si ganamos la guerra, nunca me dijeron si Lima resistió, tan solo que Miraflores fue la última resistencia de la capital, el bastión definitivo de jóvenes y niños que, como yo, vinieron aquí para no defraudar al Perú. Aunque hoy esté muerto, resuenan todavía dentro de mí, en el Reducto N.º 3, las voces de mis compañeros: ¡Vamos, Manuel Bonilla, corre por el Perú!
Fuente: Instituto de Estudios Históricos del Pacífico.
 
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lunes, 23 de mayo de 2022

 Fuente: Trazos históricos del Perú


21 DE MAYO DE 1879 – MUERE EN EL COMBATE NAVAL DE IQUIQUE EL TENIENTE SEGUNDO MGP JORGE ENRIQUE VELARDE CASTAÑEDA, PRIMER HÉROE NAVAL PERUANO DE LA GUERRA DEL PACÍFICO.
Nació en Lima en 1856. Sus padres fueron los arequipeños don Melchor Velarde Echevarría y doña Francisca Castañeda Hernández.
Había ingresado a los 15 años a la Escuela Naval del Perú. Habiendo concluido sus estudios en el vapor “Marañón” donde funcionaba la Escuela Naval. Hacía poco más de cuatro años que había recibido su título de Guardiamarina y en abril de 1875 embarcó en la fragata “Independencia”. Estando en este buque en 1876 se le concedió una licencia para hacer un viaje rumbo a Europa en la fragata inglesa “Oracle” lo que le significó una importante experiencia.
De regreso al Perú fue ascendido a la clase de Alférez. Tras otra travesía por las Islas Marquesas, Tahití y San Francisco, a bordo de la nave francesa “Magacienne”, fue ascendido por el brillo de sus méritos al rango de Teniente 2º.
Pero en 1879 Velarde enfermó de tuberculosis y fue trasladado a Jauja para intentar su restablecimiento. Estando en esa ciudad, Chile empezó su ofensiva en contra del Perú. Velarde, sin haber sanado del todo, regresó a Lima y fue destacado de inmediato al “Huáscar” como oficial de órdenes y derrota.
Teniente Segundo de la Armada Peruana. Se desempeñó como oficial de señales de cubierta en el Monitor “Huáscar”, bajo el mando del Capitán de Navío Miguel Grau durante la Guerra del Pacífico.
El 21 de mayo de 1879, en mar territorial peruano, frente a la ciudad y puerto peruano de Iquique, el “Huáscar” enfrentó a la “Esmeralda” y espoloneó a la nave enemiga. Como consecuencia del choque de las naves, el Capitán de Navío chileno Arturo Prat Chacón cayó sobre la cubierta del “Huáscar”. En circunstancias en que la oficialidad del buque peruano estaba empeñada en la dirección del combate, la presencia de Prat fue inicialmente inadvertida. Por ese motivo, el invasor chileno pudo dirigirse al torreón del comandante donde hirió mortalmente de tres balazos al Teniente Segundo de la Marina Peruana Jorge Enrique Velarde Castañeda. Intentaba hacer lo mismo con Miguel Grau, cuando un valeroso marinero del “Huáscar” le impidió el paso disparándole un tiro de fusil a la frente. Fue así como murió Arturo Prat Chacón.
El oficial de señales, Teniente 2º don Jorge Velarde, que estaba cerca de la torre del comandante, había recibió tres balazos, uno en la pierna derecha, otro en el brazo y el tercero en los pulmones.
Se le condujo en brazos de sus compañeros, quienes lo estimaban en alto grado, al hospital de sangre, que estaba en la segunda cámara, donde los médicos agotaron los recursos de la ciencia para salvarlo, pero todo fue inútil. Duró más de dos horas.
Hubo un instante que después de curársele las heridas exclamó: “¿Se han hundido ya esos miserables?” y al contestársele que faltaba poco, agregó: “Déjenme ir a mi puesto, al lado del Comandante; ¡ya estoy bueno para combatir a esos cobardes!”.
El Comandante Miguel Grau estimaba tanto Jorge Enrique Velarde, que no se le comunicó nada sino mucho después que había muerto.
De él dijo Miguel Grau en el Parte del comandante del Huáscar al Director de Guerra y Director de Marina, al ancla en Iquique, mayo 23 de 1879:
"No puedo prescindir de llamar la atención de V.E. hacia la sensible pérdida del Teniente 2º graduado don Jorge Velarde, para significar el notable comportamiento y arrojo con que este oficial conservó su puesto en la cubierta al pie del pabellón, hasta ser víctima de su valor y serenidad”
El Teniente Segundo MGP Jorge Enrique Velarde Castañeda era un marino joven, inteligente, laborioso y digno. Fue la única baja peruana en este combate, y el primer héroe naval peruano de la Guerra del Pacífico, tenía 23 años al momento de su muerte.
Paz en su tumba, y derramemos una lágrima a su memoria.

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