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jueves, 9 de junio de 2022

Cenotafio de Francisco Bolognesi

 

8 junio 2022 
MEMORIAS DE LIMA.
Conociendo mi Ciudad.
Cenotafio de Francisco Bolognesi:
El Cenotafio Coronel Francisco Bolognesi, recientemente construido en la Escuela Militar de Chorrillos, abrió sus puertas al público en el marco de las celebraciones del 142 aniversario de la Batalla de Arica y de renovación del juramento de fidelidad a la Bandera.
Se trata de un monumento donde se podrá rendir homenaje al patrono del Ejército y héroe de la Batalla de Arica, el Coronel Francisco Bolognesi Cervantes, “quien ofrendó su vida durante la Guerra del Pacífico, tras manifestar la histórica frase: ‘Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho’”.
El director de la Escuela Militar de Chorrillos, General de Brigada Francisco Costa Gallegos, destacó que esta obra “representa los valores y virtudes del héroe nacional que sacrificó su vida por la patria, e influye en la formación de los cadetes del Ejército”.
“El ejemplo del coronel Francisco Bolognesi no solo atañe al militar; también a todos los trabajadores, a la población en general, a quemar el último esfuerzo en cumplir las metas y objetivos que se tracen. Ese es el principal legado de Bolognesi”, expresó.
Qué se puede ver en el cenotafio
El cenotafio se encuentra custodiado por cadetes de la institución militar. Además del monumento central, en la primera planta se aprecia información de la vida y sacrificio de Bolognesi, así como objetos militares de la época y pinturas que retratan al coronel en la Batalla de Arica, como el cuadro “El último cartucho” y “La respuesta”.
“El cenotafio es una tumba vacía, una réplica de la tumba donde se encuentran los restos de Bolognesi en la Cripta de los Héroes. Aquí se aprecian escritos, reliquias e imágenes, así como espacios que nos permiten entender el significado del sacrificio de Bolognesi”, relata el historiador y teniente EP Emerson Fuentes.
Aquí también se podrán apreciar las charreteras de Francisco Bolognesi, recientemente devueltas por el Gobierno de Chile al Perú junto los portalones de la Corbeta Unión (estos últimos seguramente quedarán en custodia de la Marina de Guerra).
El presidente Pedro Castillo recibió las referidas insignias de Bolognesi en la víspera y este 7 de junio fueron entregadas al comandante general del Ejército del Perú, general EP Walter Córdova Alemán, durante la ceremonia por el 142 aniversario de la Batalla de Arica y de renovación del juramento de fidelidad a la Bandera.
Cómo se puede visitar el monumento
El público en general que desee conocer el Cenotafio Coronel Francisco Bolognesi y vivir una experiencia única, puede programar su visita a través del correo electrónico de la Escuela Militar de Chorrillos: emchcfb@escuelamilitar.edu.pe. Las visitas son gratuitas. La escuela informó que el recorrido comprende también:
- El Museo Gran Mariscal Guillermo Miller (1795-1861). Miller fue un militar británico que contribuyó de manera excepcional al proceso de independencia del Perú y Chile. En 1824 el libertador Simón Bolívar lo nombró General en jefe de la caballería independentista y gracias a su desempeño fue ascendido al grado de Mariscal del Ejército de Perú.
Miller creó los húsares de la Legión Peruana, quienes luego de la batalla de Junín fueron renombrados los Húsares de Junín y estuvieron a cargo del Palacio de Gobierno. Miller aparece en la pintura Emblema patriótivo dedicado a Simón Bolívar (1825) de Santiago Juárez (que se puede apreciar en el Museo de Arte de Lima).
- La Tumba del coronel Paul Clément (1860 - 1925), militar franco-peruano, jefe de la primera Misión Militar Francesa que vino al Perú en 1896, a pedido del presidente Nicolás de Piérola, para reorganizar, reestructurar y modernizar las fuerzas armadas peruanas. Sus restos también reposan hoy en la Escuela Militar de Chorrillos.
Fuente: Perú21

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Memorias de Lima.
Sitio web de sociedad y cultura

martes, 7 de junio de 2022

La respuesta de Bolognesi. Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma.

 

7 junio 2022
MEMORIAS DE LIMA.
Especial Batalla de Arica.
Bolognesi.
Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma.
La respuesta de Bolognesi
I
Eran las primeras horas de la mañana del sábado 5 de junio de 1880.
Los rayos del tibio sol matinal caían sobre las paredes azules de una casita de modesta apariencia, situada en la falda del cerro de Arica y en dirección a la calle real del puerto.
Un soldado del batallón granaderos de Tacna, con el rifle al brazo, hacía su facción de centinela en la puerta de la casita.
Quien hubiera penetrado en la pieza principal, que mediría diez metros de largo por seis de ancho, habría visto por todo humildísimo mueblaje una tosca mesa de pino, obra reciente del carpintero del Manco Capac; unos pocos sillones desvencijados, y ana gran banca con pretensiones de sofá, trabajo del mismo escoplo y martillo. Al fondo y cerca de una ventana aún entornada había una de esas ligeras camas de campaña que para nosotros, sibaritas de la ciudad, sería lecho de Procusto, más que mueble de reposo para el fatigado cuerpo.
Sentado junto a la mesa en el menos estropeado de los sillones, y esgrimiendo el lápiz sobre un plano que delante tenía, hallábase aquella mañana un anciano de marcial y expansivo semblante, de pera y bigote canos, mirada audaz y frente despejada. Vestía pantalón de paño grana con cordoncillo de oro, paletot azul con botones de metal militarmente abrochado, y kepis con el distintivo de jefe que ejerce mando superior.
Era el coronel Francisco Bolognesi.
No nos proponemos escribir la biografía del noble mártir de Arica; pues por bellas que sean las páginas de su existencia, la solemne majestad de su último día las empequeñece y vulgariza. En su vida de cuartel y de salón vemos sólo al hombre que profesaba la religión del deber, al cumplido caballero, al soldado pundonoroso; pero sus postreros instantes nos deslumbran y admiran como las irradiaciones espléndidas de un sol que se hunde en la inmensidad del Océano.
II
Un capitán avanzó algunos pasos hacia la mesa, y cuadrándose militarmente dijo:
-Mi coronel, ha llegado el parlamento del enemigo.
-Que pase -contestó Bolognesi, y se puso de pie.
El oficial salió, y pocos segundos después entraba en la sala un gallardo jefe chileno que vestía uniforme de artillero. Era el sargento mayor don Cruz Salvo.
-Mis respetos, señor coronel -dijo, inclinándose cortésmente el parlamentario.
-Gracias, señor mayor. Dígnese usted tomar asiento.
Salvo ocupó el sillón que le cedía Bolognesi, y éste se sentó en el extremo del sofá vecino. Hubo algunos segundos de silencio que al fin rompió el parlamentario diciendo:
-Señor coronel, una división de seis mil hombres se encuentra casi a tiro de cañón de la plaza...
-Lo sé -interrumpió con voz tranquila el jefe peruano-; aquí somos mil seiscientos hombres decididos a salvar el honor de nuestras armas.
-Permita usted, señor coronel -continuó Salvo-, que le observe que el honor militar no impone sacrificio sin fruto; que la superioridad numérica de los nuestros es como de cuatro contra uno; que las mismas ordenanzas militares justifican en su caso una capitulación, y que estoy autorizado para decirlo, en nombre del general en jefe del ejército de Chile, que esa capitulación se hará en condiciones que tanto honren al vencido como al vencedor.
-Está bien, señor mayor -repuso Bolognesi sin alterar la impasibilidad de su acento-; pero estoy resuelto a quemar el último cartucho.
El parlamentario de Chile no pudo dominar su admiración por aquel soldado, encarnación del valor sereno, y que parecía fundido en el molde de los legendarios guerreros inmortalizados por el cantor de la Ilíada. Clavó en Bolognesi una mirada profunda, investigadora, como si dudase de que en esa alma de espartano temple cupiera resolución tan heroica. Bolognesi resistió con altivez la mirada del mayor Salvo, y éste, levantándose, dijo:
El coronel Bolognesi
-Lo siento, señor coronel. Mi misión ha terminado.
Bolognesi, acompañó hasta la puerta al parlamentario, y allí se cambiaron dos ceremoniosas cortesías. Al transponer el dintel volvió Salvo la cabeza, y dijo:
-Todavía hay tiempo para evitar una carnicería..., medítelo usted, coronel.
Un relámpago de cólera pasó por el espíritu del gobernador de la plaza, y con la nerviosa inflexión de voz del hombre que se cree ofendido de que lo consideren capaz de volverse atrás de lo una vez resuelto, contestó:
-Repita usted a su general que quemaré hasta el último cartucho8.
III
Minutos más tarde Bolognesi convocaba para una junta de guerra a los principales jefes que le estaban subordinados. En ella les presentó, sin exagerarlo, el sombrío y desesperante cuadro de actualidad, y después de informarlos sobre la misión del parlamentario, les indicó su decisión de quemar hasta el último cartucho, contando con que esta decisión sería también la de sus compañeros de armas.
El entusiasmo como el pánico han sido siempre una chispa eléctrica. La palabra desaliñada, franca, tranquila y resuelta del jefe de la plaza halló simpática resonancia en aquellos viriles corazones.
El hidalgo Joaquín Inclán y el intrépido Justo Arias, dos viejos coroneles en quienes el hielo de los años no había alcanzado a enfriar el calor de la sangre; el tan caballeresco como infortunado Guillermo More; el circunspecto jefe de detall Mariano Bustamante, y el impetuoso comandante Ramón Zavala, fueron los primeros, por ser también los de mayor categoría militar, en exclamar:
«¡Combatiremos hasta morir!».
Y la exclamación de ellos fue repetida por todos los jefes jóvenes, como los dos hermanos Cornejo, Ricardo O'Donovan, Armando Blondel, casi un niño, con la energía de un Alcides, y el denodado Alfonso Ugarte, gentil mancebo que en la hora del sacrificio y perdida toda esperanza de victoria clavó el acicate en los flancos del fogoso corcel que montaba, precipitándose caballo y caballero desde la eminencia del Morro en la inmensidad del mar. ¡Para tan gran corazón, sepulcro tan inconmensurable!
Y todos, Inclán, Arias, More, Zavala, Bustamante, los Cornejo, O'Donovan y Blondel, en la tan sangrienta como gloriosa hecatombe de Arica, hecatombe que mi pluma rehúsa describir porque se reconoce impotente para pintar cuadro de tan indescriptible grandeza, todos, a la vez que Francisco Bolognesi, cayeron cadáveres mirando de frente el pabellón de la patria y balbuceando en su última agonía el nombre querido del Perú.
IV
La única satisfacción que nos queda a los que sabemos aquilatar el valor de las almas heroicas, es ver cómo los pueblos convierten en objeto de su cariño entusiasta, dándoles con el transcurso de los años proporciones gigantescas, a los hombres que supieron llevar hasta el sacrificio y el martirio el cumplimiento del deber patriótico.
Manifestaciones espontáneas del sentimiento público, que se extienden más allá de la tumba, nos revelan que la superioridad se impone de tal modo, que cuando se abate para siempre una existencia como la de Francisco Bolognesi, el espíritu que se desprende del cuerpo inerte es imán que atrae y cautiva el amor y el respeto de generaciones sin fin.
El coronel Bolognesi fue uno de esos hombres excepcionales, que llegan a una edad avanzada con el corazón siempre joven y capaz de apasionarse por todo lo noble, generoso y grande. Su gloriosa muerte es un ideal moral que vive y le sobrevivirá al través de los siglos, para alentarnos con el recuerdo de su abnegación heroica de patricio y de soldado.
Nosotros conocimos y tratamos a Bolognesi ya en la nebulosa tarde de su existencia; pero para nuestros hijos, para los hombres del mañana, que no alcanzaron la buena suerte de estrechar entre sus manos la encallecida y vigorosa diestra del valiente patriota, su nombre resonará con la pudorosa vibración del astro que se rompe en mil pedazos.
De nadie como de Francisco Bolognesi pudo decir un poeta:
«Si tu afán era subir
y alzarte hasta el infinito
ansiando dejar escrito
tu nombre en el porvenir,
bien puedes en paz dormir,
bajo tu sepulcro, inerte,
mientras que la patria, al verte,
declara enorgullecida
que si fue hermosa tu vida
fue más hermosa tu muerte».
Este artículo motivó otro en la prensa chilena, al cual dio el tradicionista la contestación que sigue:
Respuesta a una rectificación
El señor coronel del ejército chileno don D. J. de la Cruz Salvo ha tenido a bien publicar en El Mercurio de Valparaíso un artículo rectificatorio del que escribí en el folleto que el 28 de julio dio a luz la Sociedad Administradora da la exposición. Estimando los corteses elogios con que me favorece el señor Salvo, paso a contestarle, sin propósito, se entiende, de sostener polémica; que para ella, ni las múltiples atenciones que el servicio de la Biblioteca Nacional me impone, ni lo decaído de mi salud me dejan campo.
Entre la narración que hace el señor Salvo de la conferencia de Arica y la que yo hice, no hay otra diferencia sino la de que aquélla es larga y minuciosa, y la mía lacónica o sintética, como cuadraba a la índole literaria de mi trabajo. No veo, pues, el objeto de la rectificación en esa parte. Con distintas palabras, en el fondo, el señor Salvo y yo hemos escrito lo mismo.
Pasemos al único punto serio.
Niega el señor Salvo que en la respuesta dada por el coronel Bolognesi al —jefe parlamentario hubiera habido la frase quemaré hasta el último cartucho. Muertos en el combate casi todos los jefes peruanos que asistieron a la junta de guerra, con excepción de los comandantes Roque Sanz Peña, Marcelino Varela y Manuel C. de la Torre, apelo al testimonio de éstos. El comandante Sanz Peña la ha consignado en el brillante artículo que ha poco publicó en Buenos Aires.
Por el mes de junio de 1880, toda la prensa del Perú y de Chile se ocupó de la histórica frase. Recientes estaban los hechos, y aquella era la oportunidad en que el señor Salvo, tan celoso hoy, a los cinco años de la conferencia, por salvar la verdad histórica, debió haber escrito la rectificación que mi pobre artículo le ha inspirado.
En cuanto al calificativo de vulgares que el señor coronel Salvo da a las palabras del inmortal batallador del Morro de Arica, permítame que le niegue competencia para tan decisivo fallo. Así como las obras del espíritu se juzgan sólo con el espíritu, así los arranques del patriotismo se aprecian con el corazón y no con la cabeza: se sienten y no se discuten. En la proclama de Nelson, en Trafalgar -«la Inglaterra espera que todo buen inglés cumplirá con su deber»- no puede caber más llaneza. El famoso -¡Qu'il mourut!- de Corneille, en los Horacios, es una exclamación de encantadora sencillez. En un soldado de la educación de Bolognesi, nada más natural y espontáneo que su respuesta: quemaré hasta el último cartucho.
Y a propósito, y por vía de ampliación, quiero terminar refrescando la memoria del señor coronel Salvo, con la copia de unas pocas líneas de la página 1125, tomo III de la Historia de la guerra del Pacífico, por Benjamín Vicuña Mackenna, volumen impreso en Chile a fines de 1881.
Dice así el historiador chileno:
«Llegado el parlamentario a la presencia del jefe de la plaza, la conferencia fue breve, digna y casi solemne de una y otra parte.
Entablose el siguiente diálogo, que conservamos en el papel desde una época muy inmediata a su verificación, y que, por esto mismo, fielmente copiamos: -Lo oigo a usted, señor -dijo Bolognesi con voz completamente tranquila. -Señor -contestó Salvo-, el general en jefe del ejército de Chile, deseoso de evitar derramamiento inútil de sangre, después de vencido en Tacna el grueso del ejército aliado, me envía a pedir la rendición de esta plaza, cuyos recursos, en hombres, víveres y municiones, conoce. -Tengo deberes sagrados y los cumpliré quemando el último cartucho. -Entonces está cumplida mi misión -dijo el parlamentario levantándose, etc., etc.».
En la página 1127 pone el señor Vicuña Mackenna una que, a la letra, dice: «la intimación de Arica me fue referida por el mayor Salvo a los pocos días de su llegada a Santiago, en junio de 1880, conduciendo en el Itata a los prisioneros de Tacna y del Morro, y la hemos conservado con toda la fidelidad de un calco».
Ya verá el señor coronel Salvo que yo no he escrito un romance, ni dado pábulo a mi fecunda imaginación, como tiene la amabilidad de afirmarlo en su artículo rectificatorio. Si Bolognesi no pronunció la vulgaridad de quemaré el último cartucho en tal caso, ateniéndonos a Vicuña Mackenna y desdeñando otros informes y documentos oficiales, sería el mismo coronel Salvo, y no yo, el inventor de esa (para mí y para el sentimiento patriótico de los peruanos) bellísima y épica vulgaridad.
Ricardo Palma
Lima, septiembre 18 de 1885
La respuesta de Bolognesi a Salvo.
Memorias de Lima.
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7 junio 2022
 
MEMORIAS DE LIMA.
Especial, Batalla de Arica.
LA HISTORIA DEL MONUMENTO A FRANCISCO BOLOGNESI
En 1899, una "Patriótica Asamblea Bolognesi" presidida por el Dr. José Vícente Oyague Soyer, lanzó la iniciativa de hacer un monumento a Francisco Bolognesi. Se inició una colecta en todo el país a fin de recaudar los fondos para la nueva construcción, que fue llevada a cabo por la "Liga de Defensa Nacional".
El 3 de noviembre de 1899 el Congreso aprobó la ley para la construcción del monumento, su ejecución le fue encargada al Concejo Provincial de Lima. Años más tarde, el 1 de marzo de 1901, el Estado cede al Municipio de Lima un área de terreno para la construcción del monumento. Este sería el origen de la plaza Bolognesi, que uniría las avenidas Piérola o Magdalena (hoy Av. Brasil), el Paseo Colón, la Av. Alfonso Ugarte y la Av. Breña (hoy Av. Arica).
Se convocó a un concurso internacional donde se presentaron 153 proyectos; participaron artistas españoles, franceses e italianos. El concurso, que se desarrolló entre el 22 de mayo de 1901 y el 31 de mayo de 1902, tuvo como ganador al artista catalán Agustín Querol (1860 - 1909), quien había realizado esculturas en otros países como España, Filipinas, Cuba y Argentina.
La primera piedra fue colocada el 29 de julio de 1902 con la asistencia del Presidente de la República, Eduardo López de Romaña, los Ministros de Estado, delegaciones diplomáticas, miembros de las fuerzas armadas, además de miles de ciudadanos.
El monumento fue construido con un costo de 130 mil soles. Fue fundido en los talleres de "Artística Marriera y Campiens" de Barcelona. En 1903, la primera parte del monumento llegó al Callao en el vapor Denderah de la compañía alemana Kosmos. La construcción de la base estuvo a cargo del arquitecto Maximiliano Doig y, el ingeniero Enrique E. Silgado, se encargó de la supervisión de la obra.
Querol hizo un proyecto muy ambicioso que lo terminó en 1905, estaba hecho en mármol, bronce y granito a un costo de 120 mil soles. La estatua que Agustín Querol había realizado consistía "de una figura de Bolognesi herido mortalmente y por desplomarse.
Con la mano izquierda crispada sobre el corazón, sostenía la bandera, mientras el brazo derecho estaba inerte llevando en la mano un revólver".
El día de la inauguración del monumento, el 5 de noviembre de 1905, todo el Paseo Colón incluido sus edificios estuvo adornado de luces eléctricas y guirnaldas; la ceremonia fue presidida por el Presidente de la República, José Pardo y Barreda; el Alcalde de Lima, el Dr. Federico Elguera y estuvo también presente el Dr. José Vícente Oyague Soyer. Fue invitado de manera especial el militar, político y escritor argentino, Roque Sáenz Peña, combatiente en Arica. A la ceremonia asistieron sobrevivientes de la guerra, bandas de músicos y aproximadamente cincuenta mil espectadores.
El escritor Manuel González Prada fue su más severo crítico pues la escultura mostraba a un Bolognesi "aferrado a un asta de bandera en el mismo momento en que era abatido en la Batalla de Arica", pero pese a las críticas ninguno de los sucesivos gobiernos se atrevió a hacer los cambios. Sin embargo, no fue sino hasta 1954, durante el gobierno del general Manuel A. Odría, cuyo segundo vicepresidente era Federico Bolognesi Bolognesi, nieto del héroe, que se hizo una nueva escultura. En mayo de ese año, se le encargó hacer el trabajo al escultor peruano Artemio Ocaña, con un costo de 200,000 soles. Según las autoridades de entonces, era necesario el cambio pues en la escultura de Querol "el héroe parecía borracho". En la obra de bronce de seis metros fueron utilizadas tres toneladas de casquillos de proyectiles de artillería. Esta vez la estatua mostraba a un Bolognesi "triunfante y con una bandera en una mano en alto mientras la otra empuña un revólver".
Las críticas no tardaron nuevamente en llegar, muchos consideraban que la escultura de Querol era una hermosa obra de arte y había sido retirada de una manera arbitraria, por decisión de una dictadura para reemplazarla por una de menor calidad. Una de estas críticas venía del entonces joven periodista Mario Vargas Llosa, quien calificó a la nueva obra como un "grotesco monigote".
Finalmente, la inauguración de la nueva estatua de Bolognesi se llevó a cabo el 7 de junio de 1954.
Con referencia a la estatua Basadre menciona: "El problema que ella plantea puede dar lugar a innumerables discusiones.
Primeramente, si la obra de un artista puede ser rectificada después de varios años. Además, si los reparos al monumento de Querol estaban circunscritos a la estatua central. Y por último, si la obra de Ocaña es un acierto."
La escultura de Querol se conserva actualmente en la Fortaleza del Real Felipe.
LA PLAZA
Los bordes de la plaza están formados por manzanas de corte radial. El monumento hoy está descuidado. Sus edificios - de estilo republicano, originalmente pintados de celeste - lucen hacinados y bastante deteriorados.
Bibliografía:
Historia de la República del Perú, de Jorge Basadre.
Leguía, el Centenario y sus monumentos Lima: 1919 - 1930, de Johanna Hamann Mazuré
Rincón de la Historia Peruana / historiadelperu.blodspot
 
FOTO 1: Monumento en su antigua ubicación.
FOTO 2: Monumento en el Real Felipe.